El tiburón que no sabía trepar árboles
El tiburón que no sabía trepar árboles
Había una vez un pequeño y tácito tiburón que siempre surcaba el mar en busca de aventuras y nuevas cosas que hacer. Él era ágil y veloz, aunque un poco torpe y sin embargo, le encantaba aprender nuevas cosas en el agua. Amaba experimentar y toda su familia lo sabía. Era un tiburón intrépido y extrovertido.
Un día, cuando estaba nadando enérgicamente por el mar, un poco a trompicones mientras se acercaba a la costa, decidió asomarse levemente por encima del agua cuando se dio cuenta de que había una pandilla de gatos por la zona, correteando y jugando, lanzándose unos a otros y escalando los árboles del lugar con gran facilidad. El pequeño tiburón de alguna forma se sintió identificado con ellos. Se vio reflejado en su energía y actividad. A pesar de ser un tiburón y no formar parte del medio terrestre, le gustó mucho ver aquella imagen. Tanto que incluso se imaginó a él mismo escalando uno de aquellos árboles.
Tras haber observado ya un rato a la pandilla de gatos, uno de ellos se dio cuenta de su presencia, y llamó al resto de sus compañeros y compañeras:
—¡Hey, mirad, esa cosa nos está mirando! —y comenzó a reírse mientras el resto de gatetes se acercaban al tiburón a través de la arena de la playa.
El tiburón no lo escuchó, pero al ver a la pandilla corriendo hacia él, se emocionó porque pensó que conseguiría formar una amistad con alguien que no perteneciera al medio marino. Le hizo tanta ilusión que se acercó un poco más, pero cuando los gatos se hallaron frente a él y lo vieron más de cerca explotaron en carcajadas.
—¡Pero qué feo que es! Mira su hocico, tiene forma triangular y es puntiagudo —el tiburón también se reía pero no entendía realmente por qué. Supuso que sería alguna clase de chiste, pero por inercia, miró su nariz— ¿Y sus patas? ¿has visto sus patas? ¡Ni siquiera tiene uñas o dedos, es horrendo! —el tiburón traspasó su vista a sus aletas. ¿Se referían a él, acaso?
Aquello ya no le gustaba. Dejó de reírse y comprendió que no se estaba riendo con los gatos: los gatos se estaban riendo de él. Ya no se sentía a gusto en presencia de ellos.
—¿Cómo puedes trepar árboles? ¿Siquiera puedes hacerlo?
«¿Trepar árboles?» pensó el tiburón. Nunca se había planteado aquella posibilidad, pero ahora que lo pensaba, se dio cuenta de que era algo imposible para él. Miró a los gatos; su fisiología: sus patas, su pelaje, sus garras, bigotes… y luego se miró a sí mismo: sus aletas, su piel, visualizó su cola, sus branquias. Él no era para nada como ellos. ¿Cómo iba él a trepar árboles? Por alguna razón, comenzó a sentirse muy mal. Sentía que se le empañaban los ojos. Las burlas de los gatos comenzaron a penetrar su mente, hasta convertirse en vibraciones que sofocaban su cabeza. No entendía por qué seguía allí.
De un momento a otro, el tiburón estaba nadando a toda velocidad bajo el agua, queriendo olvidar lo sucedido fallando en el intento. Todos esos comentarios apareciendo en su mente, mientras él se sentía desgraciado consigo mismo. Y así fue como pasó varias semanas, sintiéndose demacrado. Siempre estaba triste, ya no se sentía motivado para nada, ni siquiera para jugar con las personas que quería. Simplemente había perdido las fuerzas. «No puedo trepar árboles, soy un inútil» se decía.
No obstante, un día, mientras vagaba lentamente y sin ánimos por las aguas de su hogar, se encontró con un cangrejo, un amigo suyo que hace tiempo no veía y que notó lo triste que estaba.
—¿Qué te ocurre, tiburón? ¿Cómo estás? —le preguntó el cangrejo, compasivo.
El menudo tiburón suspiró, pensando en si decirle lo que le ocurría o no. No quería molestar a nadie con sus problemas y se había abstenido de contarlo, pero finalmente decidió hacerlo, y cuando lo hizo, se sintió liberado y escuchado. Se sintió un poco mejor.
—Pero… ¿cómo vas a saber trepar árboles? Eres un tiburón. Perteneces al agua y por eso eres como eres. Tienes branquias para poder respirar bajo el agua, tienes aletas para estabilizarte a la hora de nadar, y tienes una cola para ayudarte a moverte rápido y a equilibrar tus movimientos. Ese es tu propósito: nadar. Eso es lo que puede dársete bien y con lo que deberías disfrutar. El propósito de los gatos es vivir en tierra, se les da bien trepar árboles porque tienen garras para cazar, tienen bigotes para estabilizarse y detectar objetos o animales próximos, y tienen un hocico para poder respirar el aire que les rodea. Yo, por ejemplo, tengo estas patas para poder desplazarme por las rocas, y tengo estas pinzas para comer y defenderme. A todo el mundo se le da algo mejor o peor que al resto, y no podemos esperar que hagamos todo perfecto. Cosas requieren más práctica que otras, se desarrollan habilidades y ciertas veces simplemente se nace con talento. Si algo se te da mal o no puedes hacerlo, tienes infinidad de cosas más a las que puedes recurrir. Sabes nadar, y puedes hacerlo aún mejor, puedes practicar con eso, ya que si te juzgan por tu inhabilidad de trepar árboles, vivirás toda tu vida creyendo que eres inútil. Y sobre todo, no te compares con alguien más. Ánimo, tiburón.
Las palabras del cangrejo realmente le ayudaron, y entendió que por no saber hacer algo no es el fin del mundo. Así que tuvo en cuenta su consejo y comenzó a practicar con mucho esfuerzo sus habilidades de natación hasta el punto de disfrutar demasiado dar vueltas y vueltas bajo las olas de la superficie. Aquello le divertía y se sentía vivo haciéndolo. «No puedo trepar árboles, pero puedo nadar» eso es lo que importaba, y aprendió a valorar lo que tenía a su alcance, además de sentirse agradecido de tener un amigo como el cangrejo, con quien comenzó a juntarse mucho más.
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